I.
Introducción
Si hubiera una disciplina olímpica “enfadarse”, los
alemanes ganarían sin duda todas las medallas. Los alemanes se enfadan siempre
con mucha facilidad, especialmente por las hazañas de sus ayuntamientos.
Por ejemplo, en el barrio Arheilgen de la ciudad de
Darmstadt se construyó hace 3 años una nueva línea de
tranvías. Costó más de sesenta millones de euros, pagados por los aledaños de
la calle. Funcionó muy bien esta nueva línea con
los trenes viejos. Pero con los trenes modernos no funciona. (¡Esas malditas
curvas cerradas no adecuadas para trenes modernos!)
Parece ser que, otra vez, somos
testigos de un “Schildbürgerstreich“.
Se utiliza la palabra “Schildbürgerstreich“ para
caracterizar acciones administrativas como mal ideadas y mal realizadas.
A pesar de que la expresión es muy popular, no se puede
traducir.
Por eso escribí el texto siguiente en el que quería
explicar el origen y el uso de la palabra. Aunque la historia se refiere a un
libro medieval, tuve que cambiar sólo algunas
palabras para actualizarla.
II.
Die Schildbürger
Érase una vez hace muchos años
en Alemania una ciudad pequeña en la que vivía gente trabajadora y honesta. Sus
casas eran bonitas, las calles siempre estaban limpias, los funcionarios eran
incorruptibles y conscientes de su deber. Toda la ciudad estaba bien
gestionada. Por eso la ciudad prosperaba y la gente se sentía feliz y contenta.
Esta ciudad se llamaba Schilda y sus
habitantes eran conocidos bajo el nombre “die Schildbürger“ - es
decir: Bürger von Schilda (vecinos de Schilda).
Había otras ciudades en Alemania no tan bien gestionadas
como Schilda.
Estas ciudades gastaban el dinero, tenían deudas,
toleraban la corrupción. Allí había
violencia callejera y doméstica, ladrones y rateros molestaban a los vecinos.
La pobreza y el alcoholismo se extendieron en los barrios. Llenos de envidia
les preguntaron a los vecinos de Schilda por qué la ciudad de Schilda estaba
tan ordenada. Con mucho gusto, los Schildbürger ayudaban a sus ciudades vecinas
dándoles buenos consejos. En el curso de pocos años
todas las ciudades alemanas estaban en perfecto estado. El país prosperaba y el
canciller alemán estaba radiante de felicidad.
En Europa había otros países no tan
bien gestionados como Alemania. Llenos de envidia le pidieron al canciller
alemán enviar dos o tres vecinos de Schilda como consejeros. Los Schildbürger aceptaron
con mucho gusto los contratos de asesoría y viajaron a todas las capitales
europeas. Allí propusieron reformas, exigieron disciplina, eliminaron la
corrupción, redactaron el Presupuesto del Estado y acortaron los sueldos de los
funcionarios. Poco después todos los países
europeos se recuperaron y el mundo comercial comenzó a florecer en estos países otra vez. Todo el mundo alababa a los “Schildbürger“ por su
sabiduría y por su perspicacia.
Los emperadores, los reyes, los duques y también los
presidentes de los países no-europeos contrataron a los “Schildbürger“ como
consejeros.
Así fue como todos los vecinos de Schilda trabajaban en el extranjero como consejeros, mientras sus
mujeres tenían que llevar los negocios en casa, solas, sin sus maridos. Pero,
como dice el refrán: “cuando el gato está ausente, los ratones se divierten.”
Debido a la ausencia de los hombres en
la ciudad de Schilda, los negocios marchaban sin orden ni concierto. Los campos
quedaron abandonados, las casas decayeron, los niños estaban desatendidos, los ladrones tomaron lo que querían y los
criados se comportaban como Pedro en su casa acosando sexualmente a sus
patronas. La situación de la ciudad se agravó cada vez más y se acercó a una
catástrofe.
Las mujeres de Schilda tuvieron que tomar medidas.
Deliberaron sobre la situación y tomaron la decisión de que la vuelta inmediata
de los hombres era inevitable. Les escribieron cartas a los maridos pidiéndoles
regresar para que ellos pusieran fin a una situación insoportable.
Poco a poco regresaron los “Schildbürger“ a casa, siendo
recibidos por sus mujeres, locas de alegría. Con la llegada de los hombres la
situación se mejoró rapidamente. Ellos
restablecieron el orden, renovaron las casas, disciplinaron a los niños, castigaron
a los criados, cultivaron los campos, echaron a los ladrones de la ciudad. Se
preocuparon de sus familias y redescubrieron la belleza de sus esposas. Nunca
más quisieron trabajar como consejeros en el extranjero.
Los “Schildbürger“ analizaron el problema y
descubrieron que sería mejor barrer en su propia casa
en vez de reformar otros países. Se
dieron cuenta de que su sabiduría y su perspicacia era la causa de la
catástrofe de su propia ciudad. Para que nunca más se
vieran forzados a viajar a
hacerla de consejero, sería mejor hacerse el tonto. Juraron por Dios convertirse en
tontos para poder quedarse en casa para siempre.
Dicho y hecho. Desde entonces sólo cometían tonterías. Al principio era
difícil pero poco a poco era más fácil hacer
tonterías. Por eso en esta historia la sabiduría de los vecinos de
Schilda toca a su fin porque convertirse en tonto es un proceso irreversible.
Ahora comienza la historia de las hazañas de los vecinos de Schilda.
III.
Die Schildbürgerstreiche
Para celebrar su nueva vida los vecinos de Schilda
decidieron edificar un ayuntamiento nuevo – poco convencional con plano
triangular. Para la construcción cortaron árboles en las montañas y los bajaron
a hombros al valle. El último tronco se
cayó al suelo y se rodó al valle por si mismo. Para
sacar provecho de este ahorro de trabajo transportaron todos los troncos otra
vez a las montañas para que pudieran rodar al valle por sí mismos.
Otra hazaña de los vecinos de Schilda era la construcción
del nuevo ayuntamiento. Al comienzo de la
fiesta de inauguración se dieron cuenta de que no había luz en la sala. El
alcalde decidió que era necesario transportar la luz al
interior. Todos los Schildbürger ejecutaron las instrucciones del alcalde y trataron de
transportarla al interior usando recipientes diferentes como ollas, cubos,
sacos etc., sin embargo con resultados escasos. Concebieron sospechas que el
techo tenía la culpa. Después de deshacer el techo había luz suficiente en el
ayuntamiento, pero con la lluvía también había agua en la sala. Tejaron otra
vez el ayuntamiento. De repente uno de los concejales encontró un rayo de luz
que entró en la sala por un agujero en el muro. Declaró que echaba de menos una
ventana. Inmediatamente todos los concejales agujerearon el muro para tener su
propia ventana.
La construcción del nuevo ayuntamiento costó un dineral. Para mejorar la situación
financiera de la ciudad el concejo decidió cultivar sal, porque la sal era muy
valiosa en esos tiempos. Compraron un campo y sembraron toda la sal que tenían
en la ciudad. Echaban de menos su sal, pero esperaban la cosecha. Después de
unas semanas en el campo de sal brotaron muchas ortigas. Un concejal probó una
ortiga y se quemó la boca. Fue corriendo al ayuntamiento para hacer saber que
las plantas de sal florecían bien y que la cosecha parecía esperanzadora.
Si uno quiere informarse sobre todas las hazañas de los
vecinos de Schilda, tiene que leer el libro de la literatura popular alemana “Die Schildbürger“, publicado en 1598. No
existía un numero de ISBN (International Standard Book Number) en estos
tiempos.
La última hazaña que cometieron los Schildbürger causó
la ruina de la ciudad. Tenían miedo de un gato y querían matarlo. Incendiaron la casa donde vivía el gato, pero éste huyó de la
quema a la casa de al lado. La incendiaron
tambíén y otra vez el gato huyó a la casa de
a lado. Poco a poco los Schildbürger quemaron toda la ciudad sin
matar al gato.
Desde
entonces la ciudad de Schilda está eliminada del mapa y sus
vecinos – die Schildbürger – se dispersaron por todos los continentes.
Trabajaban otra vez como consejeros con preferencía en los ayuntamientos.
Incluso hoy en día se puede encontrar a sus
descendientes en casi todos los ayuntamientos. Se les
reconoce por sus hazañas. Son típicas hazañas de los vecinos de Schilda. Estas
hazañas son conocidas bajo el nombre “Schildbürgerstreiche“.
Darmstadt,
la primavera de 2015
Christian
Rosinski
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