Por lo visto, mi pregunta no era para una respuesta rápida e improvisada. Y en vez de aquella respuesta que no pudo darme tan de repente, Renate nos manda este precioso artículo sobre su experiencia en el Camino de Santiago.
Mil Gracias, Renate!
Hice el camino tres veces,-
en los años 1995 – 1998. La primera vez caminé desde Sarría a Santiago. Son 111
km, los hicimos en cinco días, queríamos probar si nos gustaba, o más
exactamente, probar si yo sería capaz de hacerlo.
La segunda vez, dos años mas
tarde, y tres años mas tarde, atravesamos el Macizo Central en Francia, la
distancia entre Le Puy y Moissac,
la Via Podiensis, como se llamaba en la Edad Media. Son 400 kms.
Es muy difícil explicar en
qué consiste ésta maravilla, o la extraordinaria aventura de hacer una parte
del camino de Santiago, como se podría pensar, no merece el título de aventura,
ya que la persona que camina no arriesga nada.
Éstas son mis
reflexiones :
Pasar una semana o más
caminando con nada mas que una mochila cambia todos los detalles de la
percepción cotidiana, de lo que es un día normal.
El tiempo cambia: me muevo
lentamente, caminar es algo que se hace sin velocidad. El resultado es un
cambio en lo que es una distancia. Para cumplir un kilómetro necesitaba 15
minutos, o más, y para subir una montaña necesitaba – digamos – dos horas. Y el
paisaje, las vistas que se ofrecen, también cambian muy lentamente. Es decir
que tenía tiempo para disfrutar – o a veces lo contrario – de lo que miraba. La
lentitud del viaje, el ocio de cada día ofreció una variedad de intensas
impresiones que nunca viví en mi vida cotidiana con su trabajo, sus transportes
rápidos, citas, obligaciones. Y el paisaje empezó a hablarme. Me contó de su
existencia, de su malestar a
veces, y de su tranquilidad de soportar todo lo que pasó. Ofreció su
belleza sin querer algo, exigir algo, con indiferencia absoluta. No quería
placer, ni provocar, simplemente estaba. A veces, por ejemplo en los suburbios
de Santiago, el paisaje ofreció una
fealdad intensa. Se veían y olían las destrucciones hechas por los
humanos. Caminando, lo soporté, lo atravesé, con la esperanza de que la belleza
iba a regresar, que en el caso de Santiago, fue una esperanza que se hizo
realidad.
La lentitud de todo el
movimiento también cambia la atención de los detalles del camino. Se ven flores insignificantes,
pequeñas, se ven casas banales con intensidad. Miras puertas, ventanas,
entradas, tiendas – si hay – y tabernas, bares, restaurantes con más atención
que normalmente.
Cathryn Harrison, autora del
libro ‘The Road to Santiago’ 2003, excribió sobre la sensación de tiempo de la
manera siguiente : Among the promises of Santiago is an altered
relationship with time, the attempt to measure it step by step. Not to defeat
time, nor to fight against its relentlessness, but to percieve time, one of the
faces of God – a face routinely obscured by our multitasking lives.
Cargar todo contigo
significa que no cargas mucho. Hay que transportar agua, pero para el hambre,
dependes de los bares, restaurantes, y no hay certeza sobre cuando vas a
encontrar algo. Es decir, que experimentas la sensación de hambre, de sed a
veces, vives modestamente con
respecto a la comida. Estas contenta simplemente con algo porque a las siete de
la tarde, andas con hambre.
En ésta situación de andar
con poco, vivir en y con un paisaje, pueden pasar cosas estupendas. A mí me
sucedió que, cuando caminé en Francia desde las seis de la mañana, con la
primera luz del día, sola, que todo éste país de la mañana era mío. Me sentí
como una reina en mi reino, sabiendo siempre que esas sensaciones no tenían
nada que ver con la realidad. A las nueve, éstos sentimientos se perdieron, la
realidad de un día de verano era más fuerte que las fantasías. Pero caminar con
esta fantasía en la madrugada era un gran placer. Nunca mas la viví.
Caminando, se desarrolla en
tu alma también una redefinición de lo que es la riqueza, de lo que es lo
necesario. No tienes mucha ropa contigo, porque no puedes cargarla, y todo
confort de tu vida normal te está faltando. Riqueza consiste en el hecho de que
eres capaz de caminar, de existir, de contactar un paisaje, edificios,
personas. Mágicamente, vivir con esas pocas cosas me hicieron sentir una
sensación de plenitud, algo que no puedo explicar. Las pequeñas cosas y
necesidades – dónde está el agua por ejemplo – mirar la luz sobre la montaña -
abrieron el mundo de una manera
inhabitual, pude disfrutar de todas las cosas que me rodeaban mucho más. Eso también,
lo viví como riqueza.
Otro efecto del viaje fue
algo como una clarificación con respecto a grados de importancia de cosas o
personas en mi vida. Mi corazón me dijo de manera muy clara que viajar a
Santiago era regresar a mi familia. Las llamadas telefónicas – en esos días no
existió el móvil – con toda la banalidad de sus contenidos me enseñaban que
esas personas eran las que cuentan, con ellas era mi lugar – a pesar de todos
los problemas que tenía.
El encuentro con la religión
cristiana fue tan inevitable como intenso. Muchas iglesias de todos los tamaños
acompañan el camino. Y es una experiencia muy sorprendente la de sentir la
diferencia entre los efectos de las catedrales, los lugares importantes y las
pequeñas capillas, sentir la diferencia entre las iglesias romanas y las
góticas, y el impacto muy diferente de edificios como la catedral de Burgos,
León, Santiago.
La Catedral de Burgos
Aprendes cuales son los
lugares para ti, y cuales son para otras personas. Y con respeto a la religión quiero añadir otra cosa que
nunca logré entender: soy una persona agnóstica, con una educación católica,
los temas éticos me interesan, la iglesia ya no me atrae, no soy miembro de
ella. Sin embargo, caminar por uno de los numerosos senderos normales en Europa
no es lo mismo que caminar por el camino de Santiago. Siento un elemento de
santidad, de espiritualidad, que no puedo explicar, pero que experimento como
felicidad, tal vez un poco como curación. Curación no de una enfermedad, pero
si de la confusión, del caos, la multiplicidad de mi vida normal. La
simplicidad de las acciones de los días, la fuerza de los edificios simples, la
reducción de mi vida tenían este efecto.
Recuerdo por ejemplo la pequeña iglesia romana de Saugues, en Francia.
Es un edificio modesto, en un pueblo pobre, con una ‘Vierge de Majesté, figura
de la Madonna con Jesús del siglo XII, en una de sus esquinas (fué
robada !). Esa escultura, con el ambiente de devoción, de piedad modesta
de la iglesia, me convenció completamente. Mas que la grandeza y magnificencia
de Moissac por ejemplo.
Peregrinos llegando a Saugues
Para recordar esas cosas he
re-leído un poco de Kathryn Harrison otra vez. Sobre religión ella dice: … the
questions posed by the walk – How much can I carry and for how long? Where do
my thoughts go when I am silent? What aspects of my life back home do I miss,
and where are the ones I am glad to escape? – seem more immediately religious,
more uniting of spirit and matter than the time we spend fidgeting in dank
pews. Sí, en este sentido el viaje fue un viaje religioso.
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